Federico Durand
¿Recuerdas cuál fue tu primer acercamiento importante con la música?
Mi mamá grababa casetes y escuchábamos música de los Beatles, Bee Gees, o Simon & Garfunkel en el auto. Creo que ahí nació mi gusto por la música. Más tarde, en el colegio, empecé a tocar la guitarra, como una forma de expresión emocional. La música siempre me hizo sentir acompañado, comprendido. Eso me atrapó.
¿Cómo fue ese proceso de vinculación desde lo más emocional o sensorial a generar obras que dialogaran con esa sensibilidad?
Naturalmente, comencé a grabar en casa con una computadora muy antigua. Creaba loops y pequeñas melodías, sin mucha técnica. Lo importante era que transmitiera algo. Grababa sonidos de cintas, de juguetes, de postales musicales… Todo aquello que tuviera una historia que contar o una energía contenida.
Dentro del ambiente musical, tu nombre resuena en el universo del ambient y las microsonoridades, ¿cómo sientes ese vínculo sonoro y poético?
Me interesa crear una música que contenga pausas, que respire. Que las personas puedan cerrar los ojos y recordar algo, aunque no sepan qué exactamente. Siempre fui muy sensible al sonido, los detalles, los susurros. Quizás por eso me siento cómodo en esta estética.
En algunas de tus publicaciones señalas la importancia de la sencillez y lo cotidiano. ¿Qué impacto tiene esto en tu obra?
Muchísimo. Me interesa trabajar con sonidos cercanos, que formen parte de mi entorno diario: el ruido de una cajita musical, el sonido del tren al pasar, la lluvia, el fuego. Lo cotidiano tiene una belleza inmensa. Solo hay que saber escuchar.
Desde la Patagonia, donde hoy resides, ¿cómo influye ese paisaje en tu música?
La Patagonia es una tierra muy silenciosa. Hay un viento constante, el crujir de los árboles, el canto de aves. Ese paisaje sonoro sutil se filtra naturalmente en mi música. Uno respira más despacio, escucha más. Y creo que eso se refleja en mi obra.
